|
| ¡Oh! Muchísima; puede un hombre, clamar contra el pecado; pero no puede odiarlo sino en virtud de una piadosa antipatía contra él. | |
|
| Parece que usted quiere corregirme por mis palabras | |
|
|
|
|
|
| ¡No, yo no!; quiero solamente poner las cosas claras. ¿Y cuál es lo segundo por lo que demostraría a usted la existencia de la obra de la gracia en el corazón? | |
|
| Un gran conocimiento de los misterios evangélicos. | |
|
|
|
|
Y así continuaron por un buen rato hasta que Locuacidad dijo: |
|
| Ahora apela usted a la experiencia, a la conciencia y a Dios para justificar lo que ha dicho; no esperaba yo esta manera de discurrir. Por mi parte no estoy dispuesto a contestar a tales preguntas, porque no me considero obligado a ello, a no ser que usted se tome el oficio de catequizador, y aun entonces me reservo el derecho de no aceptarle a usted por juez ¿Pero querrá usted decirme con qué objeto me hace tales preguntas? | |
|
| Porque le he visto muy dispuesto a hablar, y me temo que en usted no haya más que ideas sin obras; y además, para decirle toda la verdad, he oído decir de usted que es un hombre cuya religión consiste en palabras, desmentidas por su vida. | |
|
|
|
|