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2 by C0lB0y1238 on 06-10-2021
Asintió lentamente. -Lo sé. Caminé hacia ella. -Son demasiado reales otra vez... No quería preocuparse. - Pero el médico nos dijo que los sueños no se repetirían a menos que... Dudó.
-Dilo a menos que volvieras a vivir una angustia similar.
Lisbeth sabía que no tenía otra alternativa, que yo no quitaría el dedo del renglón. Suspiró.
-Exactamente. Por eso necesito que me platiques la historia que nunca quise oír... Necesito que tú me digas lo que siente una mujer que ha sido víctima de un abuso. Porque las pesadillas tienen el ingrediente de siempre: mi hermana Alma. La escucho gritar, llorar, suplicarme. Y me despierto sudando, mirándola, cómo si estuviera allí, con su gesto solitario, ávido de afecto, de comprensión y ayuda... Un grupo de pelícanos volando en delta pasó sobre nuestras cabezas.
-Está bien. Cuando mi padre irrumpió en el recinto, estaba preparándome para dormir. Extrañamente, no tocó la puerta. Entró con vehemencia como si se estuviera quemando la casa.
-¡Tienes que venir conmigo! Vístete rápido. Era una orden. -¿Qué ocurre? -No hagas preguntas. Apresúrate. Sólo algo muy grave podía provocar en él esa actitud a las diez de la noche. -¡Te estoy esperando... -Ya voy. Terminé de vestirme con la primera indumentaria que hallé a la mano. Salí de mi cuarto asustada. Sin decir palabra, papá caminó decidido a la puerta exterior. Lo seguí. Casi en el umbral estaba mi madre retorciéndose los dedos. Pasamos junto a ella. Evadió mi mirada. El automóvil se hallaba con el motor en marcha, la portezuela abierta y las luces encendidas, como si hubiese detenido el vehículo de paso sólo para recogerme. -¿Adónde vamos? No contestó. Tenía el rostro desencajado, la respiración alterada. Manejó rápidamente, casi con enojo. Se dirigió al centro de la ciudad. -¿Desde cuándo sales con ese joven? -cuestionó. -¿Adónde vamos, papá? -Te hice una pregunta. -Desde hace cuatro meses. -¿Te ha dado a probar alguna sustancia? -Papá, ¿qué te pasa? De improviso viré a la derecha y se internó por una barriada oscura y peligrosa. Después de dar varias vueltas sin la más elemental precaución, se detuvo justo frente a un grupo de tipos que, sentados en la banqueta, se drogaban. Eran seis o siete. Acomodados en semicírculo, los bultos humanos enajenados compartían los estupefacientes con movimientos extremadamente torpes. -¿Lo ves? -mi padre se hallaba fuera de sí. Negué con la cabeza. -¿Qué quieres que vea? -Observa bien. Se encorvó para alcanzar una linterna que llevaba debajo del asiento y cuando estaba tratando de encenderla, una de las muchachas drogadas se levantó para acercarse a nosotros. Mi padre la alumbró con el reflector. Era joven, de escasos dieciséis o diecisiete años, con la cara sucia, sin sostén y la blusa abierta hasta la mitad. -No abras -dijo papá. La chica se aproximó al automóvil tambaleándose, puso su boca sobre la ventana de mi lado, fue bajando lentamente hasta que su repugnante lengua excoriada terminó de lamer el cristal. -Vámonos -dije temblando por el repentino terror que me causó la escena-. No sé qué tratas de enseñarme. -Observa. La joven desapareció bajo mi portezuela. Papá aprovechó para apuntar con la linterna de mano hacia el grupito de despojos humanos. -¿Ahora sí lo ves? E¡ haz luminoso descubrió el rostro de un muchacho que yo conocía muy bien. -¿Martín ... ? -Sí. -No puede ser... Sólo se parece... -Es él. -Pero... Una angustia lacerante comenzó a asfixiarme. Abrí la puerta y me bajé. Sin quererlo, pisé a la chica que estaba alucinando casi debajo del automóvil. No se quejó. Caminé con pasos trémulos hasta los drogadictos. Mi padre me alcanzó. -Es peligroso... Martín levantó la cara y me clavó la vista como intentando reconocerme. Las lágrimas de miedo se convirtieron en lágrimas de ira. Quise golpearlo, matarlo, matarme... Maldije la hora en que se detuvo para invitarme a salir, la hora en que, sin conocerlo más que de vista, acepté, la hora en que... -Hola... -bisbisó-, necesi... ven... acércate... necesito... -Vámonos. -Espera. Quiere decirme algo. -¡Vámonos! Me jaló hacia el coche, hizo a un lado a la muchacha, me abrió la puerta, subió y arrancó a toda velocidad. Durante un buen rato en el camino de regreso a casa no hablamos. Yo llevaba la vista perdida, los ojos llenos de lágrimas, un nudo de rabia en la laringe. -Sé, cómo te sientes, Lisbeth -dijo al fin-. Pero hay muchos hombres en el mundo. Este sujeto te engañó... Y, perdóname que lo diga pero, qué bueno que lo viste ahora, antes de que te lastimara o te indujera a drogarte también. No contesté... ¿Cómo decirle que sentía poco amor y poca atención en mi casa? Que no importaba que viviéramos entre algodones si nadie se interesaba realmente en mí, la vida no tenía valor alguno ¿Cómo decirle que precisamente por tener una existencia vacía me había entregado a él... aun sin amarlo ni conocerlo bien...? -Yo también me siento destrozado por tu tristeza -comentó-. La semana pasada dijiste que querías mucho a ese joven. La semana pasada quise hablar, pero nadie suspendió lo que estaba haciendo para escucharme de verdad, así que sólo pude decir eso, que estaba enamorada de Martín, nuestro vecino de toda la vida. Pero no era eso lo que quería decir... no era sólo eso... Estacionó su automóvil frente a la casa de mi novio. Se bajó, tocó la puerta. El padre salió, saludó de mano y se inició entre los dos progenitores una penosa conversación. Papá explicó lo que habíamos visto, haciendo grandes aspavientos. Al rostro de su interlocutor se le fue yendo el color. La madre apareció en escena; ella sí reaccionó visiblemente agresiva. Insultando, gritando... Agaché la cabeza y cerré los ojos. ¿Cómo me enredé con él? Siempre fue un vecino distante. Me caía mal. Cuando era niña, lo veía desde mi ventana matar pájaros con su honda y aventar piedras a los autobuses. Apenas cuatro meses atrás, nos encontramos en el parque del fraccionamiento. Seguía desagradándome, pero yo me sentía muy sola y acepté su invitación a salir... Desde la primera cita le noté algo raro: sus repentinos cambios de humor, su sadismo, sus ojos rojos. Era a veces violento y a veces dulce. ¿Qué habría querido decirme hacía unos minutos? Papá regresó al coche dejando a la infortunada pareja discutiendo. Mi casa estaba a media cuadra de distancia. Llegamos de inmediato. Los gritos de los vecinos peleando se escuchaban hasta allí. Mamá estaba esperándonos. Apenas entramos quiso consolarme, pero yo me separé y fui a mi recámara. Casi tropecé con mis dos hermanas que me miraban como si fuera un espanto. Dentro de mi cuarto di vueltas. Me tiré en la cama. Estuve llorando por casi una hora. De pronto sonó el teléfono. -Es el padre de Martín -dijo mamá-. Quiere hablar contigo. Me quedé helada sin saber qué hacer. -Abre, por favor. -Déjenme en paz. -No queremos que te encuentres sola en este momento. la palabra 'sola' fue directa a mi entendimiento como daga al corazón... ¿Qué había dicho? ¿Cómo era capaz...? Entonces abrí la puerta y me enfrenté a la familia. Mi madre y hermanas estaban en primer plano, mi padre atrás. -No debes sentirte tan mal... Sabemos que deseabas casarte, pero, como ves, no te conviene... Interrumpí a mis consoladores de forma tajante. Nunca pensé decírselo así, pero si querían entender la magnitud de mi desdicha, tenían que tener a la mano todos los elementos. -Estoy embarazada de él. Apenas lo mencioné se hizo un silencio sepulcral. -¿Qué dijiste? -Lo que oyeron. Que estoy embarazada... Pensaba explicarlo el otro día... El pasmo fue impresionante. Tardaron en asimilarlo, pero apenas lo hicieron reaccionaron con furia. -¿Cómo te atreviste? ¿Qué no piensas? ¿Eres estúpida? Me encogí de hombros. Al decirles la noticia, mi coraje ingente desapareció y comencé a desmoronarme, a entender precisamente eso: lo estúpida que había sido. -¿Lo amas? -¿Por qué te acostaste con él? -¿Te forzó? Negué con la cabeza todas las preguntas. Hablar de melancolía, de confusión, de baja autoestima, hubiera sonado fútil. Y ellos querían argumentos razonables, razones argumentables... -Maldición -dijo mi padre empujando a todos y entrando a mi habitación. Arrancó la lámpara de lectura y la hizo trizas; bufó, gritó '¿porqué?' una y otra vez. Se acercó a mí con grandes pasos como dispuesto a golpearme, me tomó de los hombros y me reclamó con un alarido: -¿Has probado la droga? -No, no. Me empujó hacia atrás. Me dejé ir con el impulso. Apenas mi cara estuvo a unos centímetros del suelo entendí que había caído... Física, intelectual, espiritual, moral, anímica íntima, psicológica, emocionalmente... ¿Cuánto tiempo tienes de embarazo? -preguntó mi hermana. Le contesté haciendo un tres con los dedos de la mano izquierda... -¡Eso es, lloriquea! -remató mi padre-. No te queda otra opción. Has acabado contigo y además has deshonrado a la familia. Tu aventurilla nos afecta a todos... A tus hermanas. Eres la mayor, ¿sabes el ejemplo que das? -las palabras se le atoraron en la garganta, respiró tratando de controlarse-. ¿Tú crees que es justo? Yo siempre supuse que llegarías muy alto, no sabes lo decepcionado que estoy -corrigió-, que estamos todos de ti... Lo más terrible de escuchar esa última frase fue que nadie se movió de su sitio para defenderme, ni mis hermanas ni mi madre. Tirada en el suelo, quise levantar la cabeza y preguntarle a papá dónde había quedado aquello que me dijo en el automóvil respecto a 'Yo también me siento destrozado por tu tristeza'. Quise reclamarle a mi madre y cuestionar dónde estaba aquello de no queremos que te encuentres sola en este momento. ¿Es que lo habían dicho sin pensar? ¿O es que estaban a mi lado dispuestos a consolarme sólo en caso de que se tratara de una simple desilusión personal, pero por supuesto no en el caso de que mí error afectara su imagen de buenos padres ante los demás, su estatus de gente 'nice' a la que todo le sale bien y su maldito apellido de familia virtuosa que no puede darse el lujo de tener una madre soltera en casa? El padre de Martín me esperaba al teléfono. Quise levantarme, pero no pude. Mamá se puso en cuclillas y apoyó una mano sobre mi espalda; tuve deseos de quitarla, empujarla, decirle que repudiaba su postura convenenciera, mas había perdido toda la energía. Me sentía pequeña, exánime... cual gusano inmundo. Mis hermanas trataron de moverme. No lo lograron. Yo era un bulto pateado, un árbol caído hecho leña, un ente sin amor propio llorando a mares, sabiéndome acreedora del peor castigo por no haber pensado bien las cosas, sintiéndome indigna de estar viva, odiando al bebé que llevaba en mis entrañas y al mismo tiempo amándolo al saberlo mi cómplice... Él era el único amigo desvalido que comprendía mi dolor y que, sin tener culpa de nada, era el culpable de todo... Me sentí madre por primera vez. Una madre SOLA. Haciendo un esfuerzo sobrehumano me puse de pie y fui al teléfono para contestar al papá de Martín. -¿Hola? -¿Lisbeth? -Si. -Encontraron a mi hijo sumamente grave. -¿Dónde está? El hombre me dio santo y seña del hospital y cuando iba a preguntarme algo, como autómata, sin escuchar más, dejé el receptor en la mesa para encaminarme a la calle. Ignoraba que al salirme de la casa estaba a punto de entrar a un terrible pantano de desesperación y terror. -¿Adónde vas? No contesté. Años después me doy cuenta de que es, ni más ni menos, la soledad lo que nos atrae al fango como una melodía diabólica. La soledad es la orilla del fango en el que inicia la perdición de cualquier ser humano... Una vez cayendo en ella, el lodazal comienza a jalarnos hacia cienos de mayor espesura... Y habría que entenderlo muy bien: la soledad no significa estar físicamente solo, significa tener carencia de afecto... Uno puede crear, meditar, planear y trabajar estando corporalmente aislado y sentirse muy feliz, si en lo más íntimo del ser se tiene la energía de saberse amado por alguien... aunque ese alguien no esté allí... En cambio, otra persona puede hallarse rodeada de mucha gente y sentirse mortalmente desdichada al saberse ignorada. La soledad lleva al alcoholismo, a la droga, al adulterio, al suicidio... Es una arena movediza en la que caí, aquella noche, irremisiblemente. 2 LEY DE ADVERTENCIA Lisbeth se detuvo en su relato. Su historia no sólo me dolía, sino que me causaba una gama de sentimientos mezclados. Ira, celos, nerviosismo. -Te dije que iba a ser penoso hablar de esto. -No. Es decir, sí. En realidad estoy impactado. Quiso aplastar un díptero que le había encajado su aguijón dándose una repentina palmada en el brazo, pero falló. -¿Entramos a la casa? -preguntó poniéndose de pie y caminando sin esperar respuesta. La seguí. Habíamos encontrado en ese enorme jardín, a la orilla de la playa, un paraíso de paz, ideal para jugar e intimar. Cerré el cancel corredizo de aluminio y me acerqué a ella. -Continúa, por favor. -Pero antes explícame: ¿Qué traes entre manos? -Sólo quiero conocer cómo superaste tu problema de embarazo no deseado. -¿Por qué ahora? Es algo que acordamos no volver a mencionar. Tenía razón y yo no podía ocultarle mucho tiempo la verdad. -Acabo de recibir una carta de mi hermana. -¿Alma? Asentí... Pero nosotros nos acabamos de mudar aquí. ¿Cómo te localizó? -Escribió a la empresa en la Capital. De ahí me envían la correspondencia. Esta carta me ha exigido reflexiones que no puedo hacer solo, por eso te pedí que hablaras de eso... -Zahid, me asusta tu actitud. ¿Qué te pasa? ¿Tiene algo que ver ella conmigo? -En cierta forma. Lo que acabas de platicarme, por ejemplo, me ayuda para entenderla mejor. La carencia de afecto, la soledad que mata, el fango cenagoso que asfixia. Alma siempre fue el personaje testigo de las peores tragedias, nadie la tomaba en cuenta, nadie le preguntaba su opinión; si había algo serio que conversar, le ordenaban retirarse, fue subestimada por todos, tratada como un estorbo. En su rostro era posible detectar, a veces, una gran ternura, una gran, gran necesidad de amor... ¿Sabes? El haber recibido esta carta precisamente ahora es un desastre para mí. Me senté a su lado y abrí el sobre muy despacio. -Te la voy leer. Escúchala y dime si puedes ver entre líneas algo que tal vez yo, como hombre, no he captado. -De acuerdo.
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