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4 by C0lB0y1238 on 06-10-2021
sus momentos de creación, pero sólo llegará a ellos si ha practicado la ejecución de su instrumento durante varios años... La calidad de una obra creativa está íntimamente ligada a las horas de trabajo invertidas por su autor en el aprendizaje de esa rama. Así casi todos seríamos capaces de realizar obras similares a las de Da Vinci, Miguel Ángel o Einstein, si estuviésemos dispuestos a pagar el precio de constancia en el binomio creación-aprendizaje que ellos pagaron. Lisbeth me observaba con gesto atónito. -Increíble... -murmuró y estuvo con la vista fija un rato-. ¿Esto también nos puede revelar las prioridades del ser humano? -Sí. Al tener un problema en una zona básica será difícil atender otra superior, por ejemplo, un niño enfermo (zona física), triste o con miedo (zona emocional) No podrá escuchar a su profesora en la escuela (zona de aprendizaje). o un pueblo sin dinero o sin condiciones mínimas de seguridad (zona preventiva), NO podrá pensar en términos de paz o amor (zona de servicio). -Muy bien. Ésa es la razón por la que el dibujo tiene la forma de una copa en la que el camino se estrecha justo en medio. La mayoría de la gente vive atrapada en el cuello de botella. Baja con facilidad, pero le cuesta trabajo subir. Arriba, la ruta se ensancha otra vez porque el hombre ha aprendido a vivir no sólo en sus fuerzas, sino en las de Dios. -¿Cómo te hubiera ayudado en aquel entonces conocer las zonas de atención? -De la misma forma en que puede ayudarle a alguien que está perdido en una gran ciudad tomar un plano para localizar su posición y visualizar hacia dónde debe dirigirse. Me miró unos segundos más sin hablar. De pronto pareció reaccionar e instó: -¿Me sigues platicando lo que te ocurrió? Asentí. Se lo había prometido. Después del frustrado robo, la cárcel provisional, los golpes de los policías, el regaño del padre de Joel y, sobre todo, después de haberme echado de enemigos a los mismos pillos transgresores que meses atrás insistí en hacer amigos, llegué a mi casa en un estado de excitación ingente. Sin embargo, apenas entré, la energía de autoestima se desactivó. Cual si un poder superior me hubiese retirado las pilas, quedé atrapado en las emociones enfermizas del hijo de un alcohólico. Mi padre me llevó al centro de la jarana: -Les presento al primogénito y heredero de esta familia-, comentó levantando el dedo índice y apuntando hacia mi nariz cual si pretendiera detenerse de ella. No pude evitar un mohín de repugnancia. Además del aspecto material (que es lo menos importante), los hijos heredan. hábitos, ideas, religión, niveles de autoestima, predisposición a vicios y muchas otras conductas fundamentales. Ciertamente, como herederos, Alma y yo no éramos los jóvenes más favorecidos. -Este muchacho -continuó papá con la entonación irregular de un borracho- juega futbol y tiene las piernas más musculosas que han visto. El que estaba sentado enfrente cambió de silla y se puso a mi lado abrazándome por la espalda. Comenzó a hablarme excesivamente cerca con su aliento mefítico y sus labios bofos llenos de saliva. -Me da gusto conocerte. Tu padre siempre habla de ti -el beodo hipó y eructó en mi cara-. ¡Camaradas, inviten un trago al jovencito! Papá empinó la botella de whisky en un vaso, mas después de haber vertido un brevísimo chorro, el líquido se terminó. -¿Dónde hay otro pomo? -gritó azotando fuertemente el envase sobre la mesa de centro. -¿Vamos a seguir bailando? -cuestionó el nudista de los calzones sucios que aún estaba al frente esperando que le pusieran atención para reiniciar su grotesca pantomima. -¿Por qué te tardas tanto? -bufó papá exigiendo licor. ¿A quién le hablaba? Volteé a mi alrededor. Con ese ruido era impensable que mi madre estuviese dormida pero tampoco era coherente suponer que estuviese despierta atendiendo la reunión. Me equivoqué en el segundo cálculo. Cuando mamá se hizo presente, sentí un golpe directo al corazón. Parecía una loca. Se aproximó despacio, con los ojos muy abiertos y una extraña rigidez. El tipo semidesnudo no hizo el menor intento de cubrirse. Ella recogió los vasos y articuló temerosa que ya no había más bebida. -¡Pues inventa algo! ¡Trae cerveza o brandy, lo que encuentres! -Te digo que no hay nada. Mi padre la detuvo del delantal y la jaló con violencia hacia él. -Si no consigues algo te juro que nos vamos a otro lugar, donde nos traten mejor. Era lógico contestarle que se largara (si podía), pero al tomar esa actitud, ella estaría propiciando un problema mayor. Seguramente apenas se marcharan, los cuatro alcoholizados serían detenidos por la policía, se extraviarían o sufrirían un accidente grave, como -el más obvio- rodarse por las escaleras. Mi madre salió del recinto y al cabo de unos minutos volvió con una redoma de ron a la mitad. Papá se la arrebató sin decir nada; me sirvió un poco de alcohol de caña sobre el de grano que había vertido y me lo extendió. -¡Hazte hombre! Bebí un sorbo sintiendo grandes náuseas. -¡Empínatelo! Obedecí. Papá ejercía un fuerte dominio psicológico sobre mí. Me aniquilaba. Me intimidaba. Nunca se podía prever su siguiente actitud. Contravenir sus órdenes podía provocar que se echara a llorar amenazando con suicidarse o que comenzara a golpearme despiadadamente. El de los calzones amarillentos quiso hacer una cabriola pero perdió el equilibrio y cayó quedándose de bruces en el suelo. -¡Que baile el muchacho! -sugirió uno de los sujetos al ver desplomarse al cómico. Los otros tres aplaudieron y comenzaron a silbar. Mi padre me obligó a levantarme y ordenó: -¡Enséñales tus piernas de futbolista y haznos una demostración de los ejercicios de entrenamiento! Me quedé yerto, de pie, sin atreverme a dar un paso. -Vamos. No tengas vergüenza. Muéstrales a estos gordos borrachos lo que es tener músculos fuertes. Permanecí quieto, atrapado en la zona emocional, preso de un profundo apocamiento . Papá me apresó por la cintura y me bajó los pantalones de un tirón. Al hacerlo, el dinero que llevaba en los bolsillos se salió y cayó junto a sus pies. -¿Qué es esto? No contesté. -¿Lo robaste? Me agaché para recoger los billetes y, al hacerlo, un reflejo insensato me hizo hablar sin medir las consecuencias: -Sí. Hace tiempo que no juego futbol, pero robo por las noches. Repentinamente y sin que hubiera ningún aviso que me permitiera protegerme, levantó la pierna derecha y me dio una fuerte patada en la cara. Caí al suelo con los ojos cerrados mirando en la negrura de mis párpados el brillo de cientos de luces amarillas. Mientras él recogía el dinero, mascullaba que nadie me había enseñado esas mañas, que él a veces bebía pero nunca robaba, que en su casa podían ser cualquier cosa pero nadie les diría ladrones. (Palabras huecas, ya que después de haber sido despojado de los billetes, efectivamente hurtados, no volví a saber de ellos jamás.) Cuando abrí los ojos vi, en el pasillo, la sombra de Alma que me observaba. Estaba llorando contemplando la ignominiosa escena. Ése fue el único estímulo capaz de devolverme un poco de energía. Dejando a mi padre ocupado en la recolección del papel moneda, eché a gatear llevando los pantalones en los tobillos. Apenas salí de la zona peligrosa, me puse de pie, tomé a mi hermanita de la mano y la llevé a su recámara tropezándome a cada paso con la prenda a medio quitar. Pusimos el seguro de la puerta, me subí los pantalones y nos abrazamos con mucha fuerza. Le acaricié la cabeza, quise pedirle perdón, decirle que no debía permitir que hicieran con ella lo que habían hecho conmigo, pero no pude hablar. Sólo la estreché y lloré. Ella se separó preocupada para analizar mi labio partido y amoratado. Abrió la puerta dispuesta a salir para prepararme un fomento pero se topó con mi madre que se acercaba dispuesta a desquitarse también de su propia tribulación. -¿Por qué llegaste tarde? -preguntó. -Estuvimos en una fiesta. -¿Y el dinero? -Es de un amigo. Me lo dio a guardar. Eres ingrato. Ves cómo tengo que sufrir con tu padre y tú, en vez de cooperar, te largas a la calle como un golfo. Qué bueno que por la mala te das cuenta de cómo están las cosas en esta casa. Eres insensato. ¿Acaso nada te importa? ¿No te das cuenta de que soy mujer y estoy enferma? ¿No puedes tratar de llegar temprano para ayudar? Tu pobre hermana es la única que me apoya -hizo una pausa para limpiarse la frente en ademán de mártir y agregó-: Si sucede una tragedia, tú vas a ser el responsable. Sus palabras me dolieron más que el golpe de mí padre. No razoné que mamá efectivamente había enloquecido un poco ante la presión indómita de tener que soportar a un esposo alcohólico. Sólo agaché la cara sintiendo el veneno de una gran amargura en el alma.
-Todo eso viviste?
-Claro
-pues muy interesante ahora podre estar mas al pendiente
-si gracias a ti me eh desahogado
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