Cristiano le susurró a Esperanza: |
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| ¿Será verdad lo que este hombre dice? | |
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| Mucho cuidado; este es otro adulador; acuérdate de lo que ya una vez nos ha costado el prestar oído a tal clase de hombres. Pues que, ¿no hay ningún monte Sión? ¿No hemos visto desde las montañas de Delicias la puerta de la ciudad? | |
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| Además, ¿no hemos de andar por la fe? Vamos, vamos, no sea que nos venga otra vez el del látigo. No olvidemos aquella importante lección, que tú debieras recordar: "Cesa, hijo mío, de oír la enseñanza que induce a divagar de las razones de sabiduría". Deja de escucharla, y creamos para la salvación de nuestras almas. | |
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| Hermano mío, no te propuse la cuestión porque dudara de la verdad de nuestra creencia, sino para probarte y sacar de ti una prenda de la sinceridad de tu corazón. En cuanto a este hombre, bien sé yo que está cegado por el dios de este siglo. Sigamos tú y yo, sabiendo que tenemos la creencia de la verdad, en la cual ninguna mentira tiene parte. | |
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Y al decir esto, dejaron a Ateo y siguieron su camino. |
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| Ahora me regocijo en la esperanza de la gloria de Dios. | |
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